27 noviembre 2017

El Cielo 06 - PETER BERLING y yo

En la segunda mitad de los años noventa leí una novela titulada Los Hijos del Grial, que estaba firmada por un tal Peter Berling y que acabó convirtiéndose en una saga maravillosa que me hacía estar deseando constantemente la llegada de sus nuevas entregas. Asomarse a sus (muchísimas) páginas, era asomarse a la época de las Cruzadas y sumergirse en una historia épica, repleta de intrigas, sociedades secretas, personajes fascinantes y mucho más que, sin que fuera en perjuicio de su estupenda ambientación, gozaba de un pulso narrativo extraordinario que hacía que los capítulos volasen uno detrás de otro. Así que, cuando en la Semana Negra se decidió apostar fuertemente por la novela histórica (que siempre había tenido presencia en el evento) el nombre de Peter se volvió una constante en mis sugerencias, insistencias y casi pataleos a Paco Ignacio Taibo II.


A Paco le encantaba Berling y también deseaba traerlo, era otro de esos muchos nombres que ambos admirábamos, el problema no estaba ahí... el problema era que una y otra vez los caminos que él iniciaba para extenderle la invitación topaban con la triste respuesta, vía amigos comunes, de que era un autor que no viajaba. Y así se sucedía otra estupenda edición del evento, llegaban las primeras reuniones para preparar la Semana Negra del año siguiente y yo, como si nada hubiera pasado, comenzaba de nuevo a insistirle a Paco en que había que invitarle otra vez, a decir que la gente cambia de opinión, etc… arrancando de nuevo un extraño ritual que acabó casi por convertirse en una tradición. 

Los años seguían pasando, estupendos novelistas seguían asistiendo a la Semana Negra, y nosotros seguíamos sin tener una respuesta positiva de Berling… a decir verdad, nunca habíamos llegado tan siquiera a tener una respuesta directa suya, que era uno de los hilos a los que yo me agarraba para justificar mi cabezonería. Un verano, no recuerdo en que suplemento semanal ni de que diario, encontré una entrevista con el escritor alemán en la que decía lo mucho que le encantaba viajar y lo mucho que le gustaba España, así que volví a entrar al siempre abierto despacho de Paco en los bajos de El Molinón a poner el tema sobre la mesa y a decir que si el autor no iba a venir, al menos teníamos que lograr que nos lo dijera directamente. “Mira, Jorgito, tú mismo; si quieres perder el tiempo o si así te quedas por fin tranquilo… dale, si lo consigues bien y sino, por lo menos, no me das más la tabarra con el tema” o algo muy parecido fue el acuerdo al que llegamos. Me parecía justo.


Tras algunos caminos infranqueables o equivocados, el universo conspiró a nuestro favor con el anunció de la salida en España de una nueva novela de Berling titulada El Kilim de la Princesa. El editor, con el que rápidamente me puse en contacto, era Mario Muchnick, y ya desde el primer momento en el que le comenté nuestro enorme deseo de traer al escritor a la Semana Negra se volcó en hacerlo posible, avanzando que no era algo tan complicado, que sí que viajaba, que eran buenos amigos y que estaban en contacto frecuente y que todo sería una tema de fechas. No sé el tiempo que pasó antes de tener una respuesta final que además fue positiva, creo recordar que en realidad no fue demasiado, pero recuerdo perfectamente el día en el que le dije a Paco “Siéntate… no te lo vas a creer pero… ¡tenemos a Peter Berling!”. Lo que no recuerdo es como lo celebramos. 

He de decir, no es ningún secreto, que a mí me sigue entusiasmando conocer a la gente que admiro, y muy especialmente a la que descubrí en determinado intervalo de edad, por lo que durante el posterior intercambio de mails que fui teniendo con él oscilaba entre la fascinación que me provocaba que este sueño se estuviese haciendo realidad, con el miedo a que finalmente sucediese algo y este sueño se transformase en pesadilla. Pero sí, Peter Berling llegó sin problemas a aquella XVII Semana Negra del 2005 y conocerle superó incluso nuestras mejores expectativas. 


Además de volver a la Semana Negra, en el 2012 fue uno de los invitados de la primera edición del festival Celsius 232 que hacemos en Avilés y, sin ningún tipo de duda, es uno de los gigantes sobre cuyos hombros se ha ido construyendo posteriormente el evento. Recuerdo verlo compartir conversación con George R. R. Martin, momento en el que reparé en que había algo en Los Hijos del Grial, en su forma de retratar el medievo y de escribirlo, que se podría emparentar bastante con algunos de los rasgos literarios que más me gustan de Martin en Una Canción de Hielo y Fuego/Juego de Tronos, por lo que difícilmente se me puede ocurrir ahora una coincidencia más perfecta que la suya esos días por las calles de Avilés.

Recuerdo hablar con él mucho de cine. No en vano además de un prolífico guionista tanto para este medio como para la televisión, así como productor, había actuado en más de cien películas de la mano de directores como Fassbinder, Herzog, Jean-Jacques Annoud o  Scorsesse, en títulos como Aguirre: la cólera de Dios, El Nombre de la Rosa, Fitzcarraldo, La Última Tentación de Cristo o Gangs of New York, compartiendo rodaje con nombres como Klaus Kinski, Claudia Cardinale o muchos otros, de los nos contó extraordinarias y a veces increíbles (sin duda las más ciertas de todas) anécdotas.

Otras de sus grandes pasiones era la comida, lo que le había llevado a convertirse también en un respetado crítico culinario. De la gastronomía que disfrutó en sus visitas a Asturias le quedaron dos amores eternos: el potaje de garbanzos del Hotel Don Manuel (Gijón) y la Fabada del desaparecido restaurante La Posada (Avilés). Precisamente en el cortísimo camino que llevaba del restaurante a la Casa de Cultura donde se celebran las charlas del  Celsius, y que sus múltiples problemas físicos le obligaba a ir haciendo sentándose cada pocos, me dijo  las frase –casi una lección de vida- que más me impactó de todas las que compartimos: “Estoy muy jodido, pero no va a ser mi cuerpo el que decida lo que puedo y lo que no puedo hacer, rendirse a él es el camino fácil y a mí me gusta pelear”. ¡Puf!

Os cuento todo esto de forma un poco deslavazada y sobre la marcha porque, como muchos ya sabréis ya, Peter Berling ha muerto hace unos días en su Roma adoptiva a la edad de 83 años. Unos 83 años vividos con la intensidad con la que otros vivirían varias vidas. Os cuento también que después de que se fuera aquel año del Celsius apenas tuvimos contacto en un par de mails, porque no me gusta molestar y siempre pienso que puede pasar, porque a lo largo de los años y de los eventos he ido conociendo a mucha gente y al final no haría otra cosa que mantener correspondencias epistolares y porque, para qué negarlo, yo soy así de descastado. Pero también os quiero contar que conocer a Peter Berling fue uno de esos momentos especiales que uno atesora para siempre, que he aprendido más hablando con él unas horas a lo largo de unos pocos días que en alguno –por no decir varios- de mis años de educación reglada, y que el hecho de haber contribuido a que un creador de su talla paseara por las calles de las dos ciudades que más quiero, haciéndolas un poquitito más grandes, es y será siempre un motivo de orgullo y el mejor combustible –no contaminante, además- para seguir esforzándome al doscientos por ciento para que estos sueños se sigan haciendo realidad.

Peter Berling (a la derecha) con Ian Watson en la Plaza de España de Avilés, durante el primer Celsius 232, en 2012

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